¿Dónde están los profesionales? , ¿ en la academia?
El editorial del webmaster expresa en alta voz lo que muchos de nosotros hemos venido comentando desde hace ya algunos años. Parecería que al hablar de arqueología ecuatoriana siempre nos remitimos al conjunto de objetos, monumentos y reliquias del pasado, cuando en realidad la arqueología ecuatoriana comienza siempre con sus actores. Con la comunidad viva que la entiende, la ama y que quisiera posicionarla como un elemento activo de la identidad nacional. En principio, esa es una tarea de todos los ciudadanos (la revolución ciudadana !), pero es innegable que en ésta tarea los profesionales de la arqueología tiene una responsabilidad primordial.
Ahora la pregunta obvia es ¿quiénes son los profesionales de la arqueología? La respuesta primaria podría ser sencilla, profesionales son los que se ganan la vida en la práctica arqueológica. Pero no seamos primarios ¿qué significa ser profesional en arqueología?
En el Ecuador, o en cualquier otra parte del mundo, ejercer una profesión es realizar una actividad (remunerada o no) de acuerdo a las normas que una disciplina científica impone a su practica. En el campo de la arqueología, entre estas normas no sólo se incluyen los métodos y técnicas que se emplean en el campo y en el gabinete, sino que se destaca, sobre todo la obligación de informar a la comunidad (al ente social y a la comunidad científica) sobre el desempeño de sus actividades y de publicar sus resultados. Sobra decir que entre las normas fundamentales está la deontología. Para ser profesional no se necesita forzosamente percibir honorarios, o estar asociado a un gremio, sino sobre todo hay que actuar como un profesional, esto es cumpliendo con todas las normas que la profesión exige. Parecería que en algunas universidades este aspecto de la formación no ha sido enfatizada lo suficientemente. La vida profesional de un arqueólogo se sustenta en su producción, pero ésta es intrascendente sino se difunde; comunica a la comunidad. El viejo adagio dice “lo que no se publica no existe”, resulta evidente que sin publicación, no hay vida profesional.
Durante años nos hemos quejado de la falta de un medio adecuado en donde poder expresar nuestras ideas, informar sobre el avance de nuestros trabajos, o hasta publicar los resultados de nuestras intervenciones. Desde hace ya dos años este medio ya existe y ha servido para que muchos colegas se comuniquen con la comunidad (nacional e internacional). Desgraciadamente, se diría que en la arqueología ecuatoriana hay sólo dos o tres practicantes, cuando en realidad la lista de los agremiados en el CPAE es de más de 40, o si se ve la lista de los contratos arqueológicos parecería que hay más de un medio centenar.
Para quienes piensan que esta reflexión se escribe para promover al sitio arqueología ecuatoriana, hay que recordarles que ésta constatación también es válida para el sitio del CPAE. Naturalmente habrán los malinchistas que prefieren publicar en sitios como Naya, o en revistas especializadas como Latin American Antiquity, o en Arqueología Suramericana, pero en cambio, ¿dónde queda la responsabilidad de informar a la comunidad nacional sobre sus actividades?.
Visto en perspectiva se podría pensar que el “silencio de los indolentes” es sólo cuestión de madurez profesional, y que en realidad a muchos nos toma tiempo “rodarnos” y tener la seguridad suficiente como para poder informar, sin miedo, sobre nuestras actividades. Puede ser, pero las garras se afilan con el uso.
El profesionalismo en arqueología no es otra cosa que generar, compartir, discutir pautas para una mejor constitución y comprensión del dato arqueológico. A los que piensan que ser profesional se reduce a cobrar honorarios, o un sueldo en alguna universidad, hay que recordarles en qué consiste verdaderamente la profesión.
Otra corriente de ilusos empedernidos piensan que estar en la Academia hace de ellos arqueólogos, e inclusive profesionales respetados, pero no hay que olvidar que en nuestro medio hay muchas academias. Abundan las academias de belleza, las academias de baile, las academias de corte y confección, inclusive la academia de la “lengua”, todas ellas muy loables, pero ninguna hace de sus miembros profesionales. El finado Presley Norton gustaba hablar de la academia Mickey Mouse para referirse a los autocalificados académicos de la arqueología ecuatoriana de los años 80 y 90. Viendo el estado actual de cosas, don Presley probablemente diría que su término acuñado tiene aun mucha vigencia. En arqueología, la Academia se refiere a una práctica intelectual, donde el campo es la antesala a la producción científica. La Academia no es un círculo exclusivo de auto elegidos y pseudos intelectuales, sino que es el grupo que publica, que genera y participa en la discusión del dato arqueológico. De una Academia responsable se puede esperar una contribución real a lo que debería ser la política arqueológica en el Ecuador. De la academia Mickey Mouse no se puede esperar otra cosa que pedantería, prepotencia y egoísmo, que son las características de los envanecidos consigo mismo. La primera responsabilidad de un académico es actualizarse y promover la actualización científica en la práctica profesional. No obstante, para hacer académico la docencia no basta, vemos el caso de muchos docentes que hoy se rehúsan a ser evaluados. En la Academia verdadera, la teoría y la praxis se confrontan cotidianamente y de ahí nace la producción de la ciencia. Por ello, la Academia es una práctica que sirve de ejemplo a las generaciones que aspiran a ser profesionales. En muchos casos, un académico “viejo” ha dejado ya el campo y se ha convertido en un “profesional de escritorio”, pero su producción es el reflejo de una práctica razonada y multifacética.
Entonces, ¿donde mismo están nuestros profesionales? Los autollamados arqueólogos están en la empresa, donde el profesionalismo se mide en el número de contratos adquiridos, según el juego de la oferta y la demanda y del porcentaje productivo de pruebas de pala realizadas. Es quizás por ello que la declaratoria del III Congreso de Antropología y Arqueología Ecuatoriana, sobre la arqueología de salvamento y de su ética ha tenido tan poca trascendencia en nuestro medio. Pero claro, esa sólo fue una resolución tomada por el “parque Jurasico” de la arqueología latinoamericana. ¿Dónde están las voces de la academia arqueológica ecuatoriana? … en los ya tan trillados sonidos del silencio.