“En Africa, un anciano que muere, es una biblioteca que se quema.” Amadou Hampâté Bâ, Il n'y a pas de petites querelles, 2002.
Imaginamos una biblioteca, una inmensa biblioteca, que contiene la herencia del mundo, con un bibliotecario que juega al cuarenta o pasa el tiempo dormido, soñando en un futuro feliz donde todo se hace por sí mismo. En un determinado momento, entra una persona sacando libros y empezando a arrancar las hojas al azar. Poco a poco, los libros en las estanterías se reducen y las páginas arrancadas caen en el suelo continuamente. En la sala de lectura, la ninguno de la mayoría de los usuarios, ni el bibliotecario, intervienen para parar al saqueador y siguen tranquilamente sus lecturas. Algunos usuarios, indignados por la indolencia de las autoridades de la biblioteca salen de la pieza para no ver lo que sucede.
Otros, muy pocos, tratan de parar al personaje y sacarle del lugar. Pero el motón de hojas esta aquí, botado en el suelo, pisado por todos. Historia perdida. Olvidada.
Lo que no sabía el señor arrancador es que al mismo tiempo que saqueaba la biblioteca, el desaparecia. Privado de identidad, privado de la herencia cultural de sus antepasados – de su patrimonio – un individuo no puede existir; aun lo cree. Siempre se relaciona con el pasado para navegarse en el futuro y construir su identidad propia.
Finalmente, al fin del día, una persona, sola, trata de poner orden, recuperando – hoja por hoja – los libros, las historias perdidas.
Esta historia es un poco la historia del patrimonio en Ecuador. No la historia de un saqueo; la historia de un olvido. El olvido de las raíces del pueblo ecuatoriano y la historia de la indolencia de sus autoridades frente a los atentados al patrimonio cultural.
Podríamos discutir horas sobre lo que se debe hacer – o no se debe hacer – para modificar esa realidad (ver el foro sobre el trafico ilegal de bienes culturales), pero seria de nuevo una repetición. El cambio – la recuperación de los libros arrancados – no depende de los arqueólogos, antropólogos, lingüistas y otros “intelectuales de la cultura”, tampoco depende solamente de las autoridades; depende en gran parte de los ciudadanos. Son los dueños de la cultura, son ellos quienes pueden decidir lo que quieren. Decidir cerrar la biblioteca y dejar a los arrancadores seguir destruyendo o, al contrario, recuperar poco a poco las páginas, rehacer los libros y abrir la biblioteca de nuevo.
Sería solamente en este momento – cuando la ciudadanía habría integrado su riqueza cultural pasada y actual como parte de ella misma –, la cultura surgiría del polvo de los siglos y del olvido para que sea verdaderamente de todos. ¡Bibliotecario!, ¡Lectores!, ¡Es tiempo de despertarse!
“Tales bibliotecas con múltiples secciones que clasificamos, movemos, readecuamos, para que lentamente se recompongan nuestras identidades.” Viviane Chocas, Bazar Magyar, 2006.