Estimado Juan Carlos (geifs),
Ante todo disculpa que me haya demorado en contestar a tu contribución al debate, pero estaba trabajando en el campo, donde Internet no llega y hasta no volver a Quito, no puedo leer los comentarios que aparecen en los foros. Para comenzar debo decir que no te equivocas al pensar que en este portal, el respeto por la opinión ajena es la base de toda comunicación y más aun cuando se trata de la participación a un debate sobre temas que interesan a la comunidad. Gracias por tu participación y por compartir tus reflexiones y con ello participar en el debate. En realidad debo decir que en estos foros se publican todas las intervenciones que tiene una firma de responsabilidad y que hacen eco de criterios fundamentados, sean cual sean los intereses que las motivan. En todo debate, el dialogo es el único medio que puede hacer progresar el pensamiento de los participantes interesados. Como tu paso por la biblioteca de la Universidad Autónoma de Barcelona te debe haber insinuado, la verdad absoluta no existe, solo existen los intereses expuestos de quienes pretenden buscarla para satisfacer su vacua vánidad. Por ello, en todo debate resulta que hay temas tan apasionados como los intereses que los motivan. Hace ya muchos años, las ya casi olvidadas Selecciones del Reader’s Digest publicaron el original de tu sainetee ubicado en el año 3000. Desgraciadamente te olvidas de su moraleja, o quizás no la entendiste en su momento. La Arqueología fundamenta sus interpretaciones en la cultura material que sobrevive al paso del tiempo, en un contexto estructurado. Éste es estudiado por hombres, que forzosamente reflejan su background cultural, pues son frutos de su tiempo. La tecnología avanza, pero lo esencial del fenómeno humano persiste y trasciende en un esquema que puede y debe ser estudiado.
Dicho esto, for the sake of argument, conviene retomar algunos de los puntos que expones en la parte medular de tu intervención, pues así la discusión beneficia a la colectividad que lee y se interesa por esta temática. Por ello, permíteme “cacarear” un poco, y enriquecer el debate con la profundidad de las distintas voces que intervienen sin ser siempre escuchadas.
En realidad, no creo que haya que excusarse “por haber herido susceptibilidades”, pues entre los miembros de este portal no existe ningún grupo de “puritanos que poco o nada saben de arqueología”. Sin querer tomar una posición radical, similar a la de los fundamentalistas, llamados también “defensores de la fé”, creo que convine desnudar claramente el pensamiento de cada quien, pues solo así se podrá juzgar la legitimidad de cada posición. Aquí el verdadero problema no es el coleccionismo, per se, sino el trafico ilícito de cualquier cosa y en especial de piezas arqueológicas. El tema es importante, pues como se verá más adelante los objetos arqueológicos, entre otras cualidades, son uno de los poquísimos medios de que se dispone para estudiar y comprender el pasado aborigen de los pueblos asentados en esta parte de la América precolombina.
El coleccionismo es una practica cultural de carácter universal, que no debe ser satanizada sin son ni ton. El afán de reunir objetos variados, de cualquier genero, no es de por si una actividad criticable, o siquiera ilícita. En el mundo entero (antiguo y moderno) hay miles de ejemplos de sociedades donde esta actividad era practicada corrientemente, y hasta valorada como un ejemplo de virtud y de valía intelectual. La compilación de objetos diversos y variados ha sido siempre vista como un mecanismo de estudio privilegiado para la observación, comparación y preservación de las diversas modalidades de las especies. En el mundo antiguo, lo emperadores chinos coleccionaban minerales, plantas y animales para el mejor conocimiento del mundo físico. En el Medio Oriente clásico, la biblioteca de Alejandría constituyó uno de los mejores ejemplos de un coleccionismo preclaro. Desde el siglo XV comenzó en Europa un verdadero afán de obtener muestras de las distintas culturas que aparecían de pronto en los nuevos mundos. En los siglos XVIII y XIX nace la etnografía como una colección de costumbres, vestidos y objetos propios del mundo no occidental. Desde fines del XIX, en nuestro medio, surgen todo tipo de colecciones: orquídeas, mariposas, aves exóticas, cráneos humanos …. Muchas de estas se convirtieron en la base para el estudio científico de muchas ramas del saber. La colección Traversari dotó al Ecuador del más grande muestrario de instrumentos musicales de distintas culturas. Del mismo modo, nadie va a negar que las colecciones de objetos arqueológicos reunidos por gente tan sabia y bien intencionada como el obispo González Suárez, Paul Rivet, Jacinto Jijón, Max Conanz o Carlos Zevallos Menéndez han jugado un papel fundamental en el primer conocimiento de la historia aborigen. En el mundo moderno el rol positivo de las colecciones (herbarios, zoológicos, archivos, bibliotecas, museos, etc.) está bien asentado y aunque, en principio, todo es siempre tan relativo, el interés que prima no radica en la colección per se, sino en el estudio y en la curaduría de los elementos que constituyen una colección.
Ahora bien, resulta que en el coleccionismo moderno (como en el antiguo) no todo es tan gratificante o inocente. En el campo de la arqueología hay algunos aspectos del coleccionismo que no pueden ser ignorados. 1- En un principio las colecciones se originan y se justifican por que los objetos (cualquier tipo de objetos) andaban regados, sueltos, sin orden o beneficio para nadie. Los primeros coleccionistas, que eran ante todo buenos observadores, deseaban corregir esta situación y se dieron la tarea de reunir estos objetos regados para su estudio, protección y por que no decirlo, para su deleite. Con el paso del tiempo, hasta en nuestro medio se dan cambios y el caos va paulatinamente cediendo el paso al orden de la razón. Las colecciones no desaparecen, pero van perdiendo su primera motivación social. 2- Los objetos arqueológicos que llegan a manos de los coleccionistas (privados y públicos), provienen generalmente de excavaciones clandestinas que destruyen los contextos culturales, de por si patrimoniales. En el contexto arqueológico, que encierra a los objetos, se encuentra una buena parte de la explicación histórica sobre la sociedad que produjo los objetos. Los miles de fragmentos culturales asociados a las buenas piezas que son destruidos y desechados por los excavadores comerciales constituyen un libro de historia sobre los antiguos pueblos, su medio ambiente y sobre todo sobre las motivaciones que llevaron a las antiguas sociedades a actuar como lo hicieron. Al destruir e ignorar este contexto se comente un crimen cultural contra los pueblos (antiguos y presentes) pues se les niega la oportunidad de conocer su historia. La obtención fraudulenta de objetos arqueológicos no solo es ilícita, sino que es ante todo una total falta de respeto hacia pueblos que produjeron este arte universal y por extensión un desprecio real de estos los objetos supuestamente tan preciados. 3- La simple verdad del trafico de objetos arqueológicos es que se trata de una actividad comercial, donde unos compran a precio bajo y venden a un precio elevado, con una ganancia sustancial para los traficantes. La única motivación que les mueve es evidentemente económica (el lucro personal), en ellos no hay una pizca de amor al arte universal, con el que se dice que se mide el desarrollo de los pueblos. La destrucción de la historia (social, cultural, artística…) que implica el saqueo arqueológico es un acto de barbarie que solo favorece los bárbaros que lo ejecutan. 4- Bajo la ley actual, los vestigios arqueológicos son propiedad del estado nacional (no el gobierno, sino la totalidad de la nación ecuatoriana) y como tal no debe o puede ser comercializado fuera de las fronteras patrias. 5- Los vestigios arqueológicos son expresiones culturales y como tales forman parte del patrimonio material e inmaterial de la nación. Por ello están sujetos a una legislación especial que debe ser respetada por todos lo miembros de la sociedad. 6- Los vestigios arqueológicos son además y sobre todo herramientas básicas del conocimiento del pasado aborigen de la nación. Para que estas herramientas tengan todo su potencial informativo es preciso estudiarlas dentro de su contexto cultural primario. 7- Los vestigios arqueológicos tienen una calidad estética innegable; su valor artístico es reconocido como parte del patrimonio universal. En esta calidad, pueden y deben ser apreciados, admirados y “gozados” por el mayor numero de gente posible. Después de todo, éstos por su esencia pertenecen a la colectividad, a la nación en su conjunto. En este sentido, las colecciones publicas y privadas tienen su razón de ser. Si los objetos arqueológicos son patrimoniales, las colecciones deben estar a la disposición de todos los detentores de ese patrimonio. 8- Mantener una colección responsablemente implica costos de inversión y gastos corrientes, tan altos como el resto de la investigación arqueológica, pues resulta que una colección bien llevada es parte del proceso de la misma investigación. 9- No mantener una colección adecuadamente (lo que se llama técnicamente la curadoría) es una ofensa al patrimonio, con la que se puede incurrir en un delito tipificado. 10- Desmembrar irresponsablemente una colección patrimonial (pública o privada) es igualmente una ofensa patrimonial grave. Hace poco circulaba en el Ministerio de Cultura el rumor demagógico de que se iba a socializar las colecciones del antiguo Museo del Banco Central, “devolviendo a las comunidades su patrimonio ancestral”. Desmembrar a las colecciones de un museo es despojar a los objetos arqueológicos de su “nuevo contexto cultural”, esto es de su conjunto museológico, de su curadoría y de su preservación.
Con estos puntos claros, el cacareo tiene sentido en la medida en que se aclaran los puntos que se deben discutir con una mente abierta a la realidad nacional. Nos permitimos participar en el debate , pues conocemos e investigamos las distintas facetas de la temática tratada. No nos sentimos dueños del pasado, pero por estudiarlo con amplitud sí nos corresponde ser custodios del patrimonio. Nuestras hipótesis podrán ser subjetivas, pero en la medida en que nos esforzamos por verificarlas en el campo y en el laboratorio hacemos avanzar la ciencia y la historia de los pueblos precolombinos se beneficia con nuestro esfuerzo colectivo. La arqueología debe protegerse, no para fregar a nadie, sino para educar a las generaciones presentes y futuras con una noción completa de lo que es el patrimonio ancestral. Si en el camino se molestan los traficantes y los saqueadores de la historia, pues bien, están prevenidos de nuestra misión y allí si NO nos importa herir susceptibilidades.
Francisco