REFLEXIONES A PARTIR DE UN CASO PUNTUAL: UNA EXPERIENCIA EN EL DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA DE LA PUCE
Al ver que “Arqueología Ecuatoriana” lanzaba un debate sobre la situación actual de la arqueología en la educación superior, se me cruzaron miles de nombres, entidades y casos por la cabeza. El tema del debate es de hecho muy complejo y atañe a múltiples problemáticas debido a la naturaleza holística del concepto mismo de “educación”. No obstante, como profesional joven recién graduada, consciente de la “crisis” actual de la arqueología en el Ecuador, y del papel decisivo de la educación para comenzar a resolverla, pensé que era mi obligación participar en el debate. Con ideas que serán válidas o no, pero al menos que habrán sido compartidas. Con este propósito en mente, y para evitar desviarme del tema, se me ocurrió que lo mejor sería comenzar por lo único que me consta: mi propia experiencia. No con afanes autobiográficos desde luego (para eso está Facebook), sino más bien con la intención de discernir lo positivo de lo negativo y plantear propuestas.
Entré al Departamento de Arqueología de la PUCE en septiembre del 2004 con la firme intención de estudiar arqueología, ciencia que me apasiona desde la infancia. Me gradué como Antropóloga con Mención en Arqueología en febrero del 2009. Tuve tres profesores de arqueología durante toda la carrera. Lo más probable es que los conocidos los identifiquen de inmediato, pero dentro de la idea de descartar -en lo posible- eventuales consideraciones de tipo personal y contribuir a centrarnos en la “objetividad” del debate, los llamaremos “profesor A”, “profesor B” y “profesor C”. El Profesor A es un personaje conocido por su experiencia académica y su trato con los estudiantes. En este contexto, aprendí mucho y tuve además la oportunidad de asistir a congresos internacionales, conocer sitios y ampliar/diversificar los temas vistos en clases a través de mi participación en la pequeña –pero no menos influyente- publicación de A. Durante dos años, A fue el único profesor que mis compañeros y yo tuvimos en arqueología, por lo cual –como es natural, y sin ánimos de ofender- las clases y las experiencias comenzaron a volverse algo redundantes: se necesitaba ver “algo más”. En ese preciso momento, B entró en escena. Sin temor a las palabras, la llegada de B fue una inesperada revelación, el detonante que inconscientemente se estaba esperando: un arqueólogo joven, dinámico, abierto, colaborador con los estudiantes, en pleno proceso de investigación, que amplió radicalmente mi visión de la arqueología, y me ayudó a contextualizar todo lo que había aprendido hasta ese momento, tanto desde un punto de vista teórico como empírico. Si esto fuera poco, la aparición de B coincidió con el nacimiento de la Página Web “Arqueología Ecuatoriana”, dirigida por quien llegara a ser mi tercer y último profesor: C. Mi experiencia en la página web fue fantástica: aprendí muchísimo, tanto de contenidos propios de la arqueología, como del uso de la informática en la disciplina (agradecimientos al webmaster por su paciencia); la página web fue además la ocasión de hacer contactos y difundir mis trabajos y criterios. Adicionalmente, las enseñanzas de C fueron algo así como una síntesis de la carrera: me permitieron profundizar los contenidos asimilados con los profesores A y B, a la luz del pensamiento teórico y crítico adquirido con B. Fue además la oportunidad de familiarizarme más ampliamente con el proceso de investigación arqueológica como tal y todo lo que éste implica (aspecto académico, humano), punto que B ya había introducido.
Tal como lo profesa lo que de alguna forma se ha vuelto el –quizá algo radical- leitmotiv de la carrera de arqueología en la PUCE, “la arqueología es antropología o no es nada”. Tal como me pude dar cuenta a lo largo de mi carrera en la Católica, las materias de antropología fueron algo así como la columna vertebral de lo que estaba aprendiendo en arqueología. Por motivos diversos que quizá no entren directamente en esta discusión, en antropología, la planta docente es mucho más variada que en arqueología en la Católica. En ese sentido, nada más acotaré que tuve al menos cuatro excelentes profesores antropólogos cuyas enseñanzas respaldaron y fortalecieron lo aprendido con A, B y C.
Ahora bien: ¿qué conclusiones generales -que sirvan en el presente debate- se pueden sacar a partir de esta experiencia puntual?
Para comenzar, una aclaración: cuando la mayoría de estudiantes comienzan la universidad, tienen alrededor de 18 años y acaban de graduarse de bachilleres. En el colegio, estaban acostumbrados a cumplir con los “deberes”, a que los profesores les den todo “comidito”. La universidad es algo diferente. Nadie obliga a los alumnos a “hacer la tarea”: ellos mismos tienen que buscar contactos, bibliografía, temas de interés, lecturas que no “mandó el profesor”, trabajos de campo para las vacaciones. Ellos mismos van armando su proyecto académico a futuro. Muchos estudiantes no entienden eso: esperan que todo les venga del docente y evidentemente, al no ser así, se decepcionan, más aún si por desventura el profesor les “cayó mal” (justificada o injustificadamente). Si bien es cierto que los profesores no insisten suficientemente en este aspecto y son en parte responsables de este desfase entre sus expectativas y las de los alumnos, tampoco se les puede culpar de todos los males que asechan a los estudiantes: de lo que he vivido y escuchado, en la Católica HUBO y HAY oportunidades y al estudiante le corresponde decidir si las aprovecha o no.
Desde luego, y aunque la universidad sea efectivamente un espacio en que uno esté libre de armar su proyecto académico, se necesitan buenos guías (de lo contrario no existiera la universidad: todos fueran autodidactas). Éste es precisamente el papel de los profesores. En la Católica, -durante mucho tiempo-, existió un solo profesor arqueólogo a tiempo completo (llamado A aquí). Sin desmerecer los aportes de A, es esencial para la formación de los estudiantes en cualquier carrera, que haya MÍNIMO 3 profesores que permitan diversificar los enfoques y ampliar perspectivas. No es justo ni académicamente serio que la formación de los alumnos esté únicamente sujetada a las coincidencias de la vida: si se dio la suerte de que un B o un C se presente en el camino y se aprovechó la oportunidad (otros profesores B o C han pasado por la Católica en décadas anteriores), “hay chance”. Si no, qué pena…
La solución a este problema puede parecer simple: contratar a más profesores arqueólogos en la Católica. ¿Cuánto se les paga a los profesores arqueólogos a tiempo parcial en dicha universidad? Poco más o menos cinco dólares la hora. Siendo realistas, por más amor a la camiseta que se le tenga a la profesión, serán muy pocos quienes acepten este sueldo. Esta vez, la eventual solución a este problema se complica un poco: ¡que se les pague más a los profesores arqueólogos en la PUCE! Respuesta de la planta administrativa de la PUCE: “la arqueología no es una carrera “rentable”, por lo tanto, no se invertirá más de lo que ya está; confórmense”. En un sistema mercantilizado, esta respuesta de los administradores de la PUCE es un reflejo de lo que piensa la sociedad ecuatoriana en general de la arqueología. Se lo ve claramente en las Casas Abiertas: cuántos estudiantes se lamentan frente al estante de la Escuela de Antropología porque “a mí me encanta la arqueología pero mi mamá/papá/abuelos/panas/perro/gato no quieren que me meta porque dicen que me voy a morir de hambre”… ¿Por qué mamá/papá/abuelos/panas/perro/gato piensan así? Porque en las últimas décadas, el aspecto comunicativo y socializador de la arqueología fue totalmente descuidado por la mayoría de quienes ejercen la profesión, y por ende, la sociedad la estigmatizó como “poco rentable”. Cambiar esta percepción y demostrar que la arqueología puede ser mucho más que “rentable” es un proceso largo que no se lo va a lograr de la noche a la mañana, pero los arqueólogos profesionales tienen la OBLIGACIÓN DEONTOLÓGICA de iniciarlo YA.
Desde luego, quienes siguen la carrera de arqueología en la PUCE no se van a congelar en el tiempo hasta que la sociedad y los administradores de la universidad cambien de criterio y decidan apoyar a la arqueología. ¿Qué hacer hasta mientras? Nos guste o no, vivimos en un mundo mercantilizado y hasta cierto punto hay que seguir las reglas del juego. Pensemos luego en soluciones “a bajo costo”:
Evocaré aquí un aspecto que me llamó mucho la atención durante mi paso por la PUCE, a saber, la falta de coordinación entre la formación recibida en la Universidad y las entidades culturales del país, falla que afecta tanto el trabajo del estudiante durante su carrera universitaria como en los inicios de su vida profesional.
Por definición, el arqueólogo investiga y la universidad le da las herramientas necesarias para aprender a hacerlo. Quiera que no, el INPC es –hasta ahora al menos -la entidad por la cual todo investigador arqueólogo nacional o extranjero tiene que pasar inexorablemente. Como consecuencia, es vital que ya desde la universidad los estudiantes estén concretamente familiarizados con las realidades del INPC y –ahora- las demás entidades culturales, más allá del criterio abstracto que el profesor les podrá dar en clases al respecto. Por otra parte ¿cuántos informes de talleres valiosos o monografías yacen olvidados y empolvados en los cajones de algún escritorio del Piso 9? ¿Por qué no hacer un convenio con el INPC o el Ministerio de Cultura para sacar provecho de estos aportes estudiantiles? Es así como –“a cambio” de beneficiarse de los trabajos de los estudiantes-, estas entidades pueden contribuir a su formación dándoles la ocasión de participar en los proyectos que impulsan. El INPC por ejemplo está actualmente promoviendo numerosas consultorías en arqueología. ¿Por qué no pedir a los consultores que presenten sus trabajos y experiencias en la Católica, o acojan a estudiantes en sus proyectos? En comparación con las sumas –en algunos casos- abrumadoras que se están actualmente manejando en las entidades culturales del sector público, estas iniciativas no costarían mucho que digamos pero su resultado puede ser prometedor y beneficiar a todos. En fin, a la PUCE sólo le correspondería costear el papel de los convenios, la tinta y los pocos centavos de la luz que consume una computadora. Nada del otro mundo…
Por suerte, no todo es negativo: en la PUCE, este tipo de asociaciones entre estudiantes e investigadores no es nueva: se dio y se sigue dando con arqueólogos extranjeros (tal como se lo puede ver ampliamente en el artículo de F. Valdez en la segunda edición de la revista del INPC), lo cual para muchos de nosotros fue de un gran provecho y tiene que seguir desarrollándose.
Adicionalmente, la página web es una herramienta fantástica, cuyo alcance potencial es fabuloso dentro de un proceso pedagógico, tanto para involucrar a los estudiantes en las realidades actuales de la arqueología en el país, como para ayudarles a conseguir bibliografía y contactos. Desgraciadamente, esta herramienta está totalmente sub-explotada desde el punto de vista pedagógico. Gracias a la buena voluntad de quienes la dirigen y administran, cambiar esta realidad “no cuesta mucho”.
Otro elemento de difusión que debe mantenerse y desarrollarse es la famosa Apachita, pues ésta inculca a los estudiantes la buena costumbre de PUBLICAR. Publicar es efectivamente darle un sentido social al quehacer arqueológico, lo cual permite justamente que la opinión pública ecuatoriana se entere de lo que se hace y deje de pensar que los arqueólogos son “ovnis sociales in-rentables”. Incentivar a que los alumnos participen en conferencias y congresos, y comiencen ellos mismos a organizar espacios de discusión es otro aspecto decisivo que hay que seguir manteniendo. Es efectivamente fundamental valorar las ideas de los estudiantes, hacerlos partícipes de la solución. De lo contrario saldrán –en el mejor de los casos- investigadores pasivos, conformistas e indiferentes que no cambiarán nada.
Tal como se lo mencionó en introducción, estas sugerencias parten de una experiencia muy puntual. Durante mi paso por el Departamento de Antropología de la PUCE, he vivido, presenciado y escuchado de todo: alumnos que por algún motivo u otro (a menudo problemas personales con uno u otro profesor) renunciaron del todo a la arqueología / decidieron optar por la antropología sociocultural / ingresaron al sector público o privado en calidad de egresados / prefirieron retomar la carrera años después / perseveraron y lograron graduarse a pesar de los obstáculos / hicieron talleres o tesis dirigidos por no-arqueólogos / se graduaron en el extranjero etc etc etc. Aunque sea un grito en el desierto, hago un llamado a los antiguos compañeros/colegas futuros o actuales quienes quizá se reconozcan en estos casos o en otros (en la Católica o en otras universidades), a compartirlos en este espacio y asimismo aportar con ideas que puedan contribuir a mejorar la calidad de la formación arqueológica en el país.