Una de las funciones de la arqueología es la difusión de los trabajos al publico. En principio, eso no debería ser muy complicado en sí. Muchas personas han soñado con ser arqueólogos, y los mitos populares han sacralizado a figuras como la de Indiana Jones, en un supuesto arqueólogo perfecto. Es una figura a la cual es tan sencillo de identificarse. Pero la realidad no es así.
En algunos casos, los profesionales son demasiados “técnicos” y no difunden de manera adecuada la información o consideran que esta difusión es peyorativa para ellos y para su reputación. Por otra parte, a menudo los periodistas difunden casualmente una información errónea, equivocada para no decir arcaica... porque simplemente la arqueología no es su trabajo. En la mayoría de los casos dan una visión caricatural, hombres que cruzan ríos llenos de caimanes, buscando tesoros. Alimentan, en la mayoría de los casos, mitos y leyendas sobre los tesoros escondidos o sobre cuidadas perdidas en la selva. La necesidad de convencer o de hacer vender una noticia conduce a errores y equivocaciones que, sin querer, a menudo perjudican a las comunidades y, en general, al patrimonio.
El publico que se interesa a la arqueología es muy diverso, heterogéneo. Varía desde los que son atraídos por la belleza de las piezas y quieren conocer la historia detrás de ellas, hasta los estudiantes o aficionados que han colaborado en proyectos de investigación. Pero no solo están estas gentes de buena voluntad, hay también los traficantes y huaqueros que buscan informaciones sobre futuros “mercados”. Cada uno de los profesionales, tanto los de la comunicación como los de la arqueología tienen la obligación de interesar a este publico variado y difícil. Tienen que presentar la realidad de la arqueología: una ciencia que está al servicio de la comunidad, tratando de reconstruir la historia perdida de los antecesores de las sociedades modernas, para entender con ello el presente y el futuro.
Arqueólogos y periodistas tienen la misma obligación frente a la comunidad. Ambos deben informar de la mejor manera posible, para que la información sirva para formar en el público una identificación con el pasado aborigen. De la identificación viene la necesidad de un empoderamiento y de ello surgirá el autoestima, la dignidad perdida de todo un pueblo. A fin de cuentas, no es prohibido que la comunidad busque un origen mítico, basado en los mitos y en las leyendas – que son también parte del patrimonio cultural inmaterial. Lo importante es que a la base de los mitos haya un fondo de verdad, algo que asiente en el pueblo ese sentimiento de pertenencia colectiva a un mismo destino histórico. El papel de los científicos y de los profesionales de la información es de permitir al pueblo que haga la distinción clara entre el Mito y la Historia. Esta es su obligación moral y ética, esta es su responsabilidad frente a la comunidad.
Abremos aquí un debate alrededor de estos temas. Expresen su voz.